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miércoles, 28 de mayo de 2008

VOLTAIRE -- HISTORIA DE UN BUEN BRAHMA

Historia de un buen Brahma
Voltaire

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En mis viajes encontré un brahma anciano, sujeto muy cuerdo, instruído y discreto, y con
esto rico, cosa que le hacía más cuerdo; porque como no le faltaba nada, no necesitaba engañar
a nadie. Gobernaban su familia tres mujeres muy hermosas, cuyo esposo era; y cuando no se
recreaba con sus mujeres, se ocupaba en filosofar. Vivía junto a su casa, que era hermosa, bien
alhajada y con amenos jardines, una india vieja, tonta y muy pobre.
Díjome un día: Quisiera no haber nacido. Preguntéle porqué, y me respondió:
- Cuarenta años ha que estoy estudiando, y los cuarenta los he perdido; enseño a los demás y lo
ignoro todo. Este estado me tiene tan aburrido y tan descontento, que no puedo aguantar la vida;
he nacido, vivo en el tiempo, y no sé qué cosa es el tiempo; me hallo en un punto entre dos
eternidades, como dicen nuestros sabios, y no tengo idea de la eternidad; consto de materia,
pienso, y nunca he podido averiguar la causa eficiente del pensamiento; ignoro si es mi
entendimiento una mera facultad, como la de andar y digerir, y si pienso con mi cabeza lo mismo
que palpo con mis manos. No solamente ignoro el principio de mis pensamientos, también se me
esconde igualmente el de mis movimientos; no sé porqué existo, y no obstante todos los días me
hacen preguntas sobre todos estos puntos; y como tengo que responder con precisión y no sé
que decir, hablo mucho, y después de haber hablado me quedo avergonzado y confuso de mí
mismo. Peor es todavía cuando me preguntan si Dios es eterno. A Dios lo pongo por testigo de
que no lo sé, y bien se echa de ver en mis respuestas. Reverendo Padre, me dicen, explicadme
cómo el mal inunda la tierra entera. Tan adelantado estoy yo como los que me hacen esta
pregunta: unas veces les digo que todo está perfectísimo; pero los que han perdido su
patrimonio y sus miembros en la guerra no lo quieren creer ni yo tampoco, y me vuelvo a mi casa
abrumado por mi curiosidad e ignorancia. Leo nuestros libros antiguos, y me ofuscan más las
tinieblas. Hablo con mis compañeros: unos me aconsejan que disfrute de la vida y me ría de la
gente; otros creen que saben algo y se descarrían en sus desatinos, y todo la angustia que
padezco. Muchas veces estoy a pique de desesperarme, contemplando que al cabo de todas
mis investigaciones, no sé ni de donde vengo, ni qué soy, ni adónde iré, ni qué ser.
Causóme lástima de veras el estado de este buen hombre, que era el más racional, y me
convencí de que era más desdichado el que más entendimiento tenía y era más sensible.
Aquel mismo día visité a la vieja vecina suya, y le pregunté si se había apesadumbrado
alguna vez por no saber qué era su alma, y ni siquiera entendió mi pregunta. Ni un instante en
toda su vida había reflexionado en alguno de los puntos que tanto atormentaban al buen brahma;
creía con toda su alma en Dios y se tenía por la más dichosa mujer, con tal que de cuando en
cuando tuviese agua para bañarse.
Atónito de la felicidad de esta pobre mujer, me volví a ver a mi filósofo y le dije:
- ¿No tenéis vergüenza de vuestra desdicha, cuando a la puerta de vuestra casa hay una vieja
autómata que en nada piensa y vive contentísima?
- Razón tenéis –me respondió-, y cien veces he dicho para mí que sería muy feliz si fuera tan
tonto como mi vecina; más no quiero gozar semejante felicidad.
Más golpe me dio esta respuesta del buen hombre que todo cuanto primero me había
dicho; y examinándome a mí mismo, ví que efectivamente no quisiera yo ser feliz a cambio de
ser un majadero.
Se propuso el caso a varios filósofos, y todos fueron de mi parecer. No obstante, decía
yo para mí, rara contradicción es pensar así, porque al cabo lo que importa es ser feliz, y nada
monta tener entendimiento o ser necio. También digo: los que viven satisfechos con su suerte,
bien ciertos están de que viven satisfechos; y los que discurren, no lo están de que discurren
bien. Entonces, es claro que debiera escoger uno no tener migaja de razón , si el algo contribuye
la razón a nuestra infelicidad. Todos fueron de mi mismo parecer, pero ninguno quiso entrar en el ajuste de volverse tonto por vivir contento.
De aquí saco que si hacemos mucho aprecio de la felicidad, más aprecio hacemos
todavía de la razón. Y reflexionándolo bien, parece que preferir la razón a la felicidad, es garrafal
desatino. ¿Pues, cómo hemos de explicar esta contradicción? Lo mismo que todas las demás, y
sería el cuento de nunca acabar.

viernes, 16 de mayo de 2008

EN MARES DE ORO -- ARTHUR C. CLARK

EN MARES DE ORO
ARTHUR C. CLARK
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En contra de lo que opinan muchos de los llamados expertos, hoy es incuestionable
que la controvertida Iniciativa de Defensa del Presupuesto de la presidenta Kennedy fue
una idea enteramente suya, y su famoso discurso «Cruz del Bien» sorprendió tanto al
OMB y al secretario del Tesoro como a todos los demás. El asesor científico presidencial,
doctor George Keystone («Cops» para los amigos) fue el primero en enterarse de ello. La
señora Kennedy, gran lectora de ficción histórica, del pasado o del futuro, tropezó con una
oscura novela sobre el Quinto Centenario, en la que se decía que el agua de mar contiene
considerables cantidades de oro. Con intuición femenina (así dijeron más tarde sus
enemigos), la presidenta vio al instante la solución a uno de los problemas más
apremiantes de su administración.
Era la última de una larga lista de jefes del ejecutivo que se habían horrorizado por el
progresivo e inexorable déficit presupuestario, y dos noticias recientes habían exacerbado
su preocupación. La primera era el anuncio de que en el año 2010 cada ciudadano de
Estados Unidos nacería con un millón de dólares de deuda. La otra era la difundida
información de que la moneda más fuerte del mundo libre era ahora el billete del metro de
Nueva York.
—George —dijo la presidenta—, ¿es verdad que hay oro en el agua del mar? Y si es
así, ¿podemos extraerlo?
El doctor Keystone le prometió una respuesta al cabo de una hora. Aunque nunca
había conseguido que la gente se olvidase de que su tesis doctoral había versado sobre
la un tanto extraña vida sexual del trivit de Patagonia (que, como se había dicho
innumerables veces, sólo podía interesar a otro trivit patagón), era sumamente respetado
tanto en Washington como en los medios académicos. Esta hazaña, se debía en gran
parte a que era el experto en ordenadores más rápido del Este. Después de consultar
durante menos de veinte minutos los bancos de datos globales, había obtenido toda la
información que necesitaba la presidenta.
Ésta quedó sorprendida, y hasta un poco mortificada, al descubrir que su idea no era
original. Ya en 1925, el gran científico alemán Fritz Haber había intentado pagar las
enormes reparaciones de guerra impuestas a Alemania, extrayendo oro del agua del mar.
El proyecto había fracasado, pero, como señaló el doctor Keystone, la tecnología química
había progresado en proporción geométrica desde los tiempos de Haber. Y si Estados
Unidos podían ir a la Luna, ¿por qué no iban a poder extraer oro del mar...?
El anuncio de la presidenta de que había fundado la Organización para la Iniciativa de
Defensa del Presupuesto (OIDP) provocó inmediatamente una enorme cantidad de
alabanzas y de críticas.
A pesar de numerosos requerimientos desde la finca de lan Fleming, los medios de
difusión apodaron inmediatamente doctor Goldfinger al consejero de ciencias de la
presidenta, y Shirley Bassey salió de su retiro con una nueva versión de su canción más
famosa.
Las reacciones a la Iniciativa de Defensa del Presupuesto se dividieron en tres
categorías principales, que a su vez dividieron a la comunidad científica en grupos
terriblemente belicosos. Primero estaban los entusiastas, seguros de que la idea era
maravillosa. Después los escépticos, que argüían que era técnicamente imposible o, al
menos, tan difícil que el costo superaría el rendimiento. Y por último los que creían que
era realmente posible pero que sería una mala idea.
Tal vez el más conocido de los entusiastas era el famoso doctor Raven, del Laboratorio
Nevermore, fuerza impulsora detrás del Proyecto EXCELSIOR. Aunque los detalles eran
absolutamente secretos, se sabía que la tecnología incluía la utilización de bombas de
hidrógeno para evaporar grandes cantidades de océano, dejando todo el mineral (incluido
el oro) listo para su ulterior proceso.
Inútil decir que muchos criticaban duramente el proyecto, pero el doctor Raven podía
defenderlo desde detrás de la cortina de humo del secreto. A los que se lamentaban «¿No
será el oro radiactivo?», les respondía alegremente: «¿Y qué? ¡Así será más difícil
robarlo! Además estará enterrado en las cámaras acorazadas de los bancos, así que
poco importará que sea radiactivo.»
Pero tal vez su argumento más contundente era que se lograría un producto derivado
de EXCELSIOR: varios millones de toneladas de pescado hervido al instante para
alimentar a las multitudes que se morían de hambre en el Tercer Mundo.
Otro sorprendente defensor de la IDP fue el alcalde de Nueva York. Al enterarse de
que se calculaba que el peso total del oro del océano era de cinco mil millones de
toneladas como mínimo, el polémico Fidel Bloch proclamó: «¡Al menos nuestra gran
ciudad tendrá las calles pavimentadas de oro!» Sus numerosos críticos sugirieron que
empezase por las aceras, para que los desventurados neoyorquinos dejasen de
desaparecer en profundidades insondables.
Las críticas más acerbas fueron las de la Unión de Economistas Preocupados, que
señalaron que la IDP podía tener consecuencias desastrosas. A menos que se
controlasen minuciosamente, la inyección de grandes cantidades de oro tendría efectos
devastadores sobre el sistema monetario mundial. Algo parecido al pánico había ya
afectado al comercio internacional de joyería: las ventas de anillos de boda habían
descendido a cero después del discurso de la presidenta.
Pero las protestas más ruidosas habían procedido de Moscú. A la acusación de que la
IDP era un sutil complot capitalista, había replicado el secretario del Tesoro diciendo que
la URSS tenía ya la mayor parte del oro del mundo en sus cámaras acorazadas, por lo
que sus objeciones eran sencillamente hipócritas. Todavía se estaba discutiendo la lógica
de ésta respuesta cuando la presidenta aumentó la confusión. Sorprendió a todo el
mundo al anunciar que, cuando se hubiese perfeccionado la tecnología de la IDP,
Estados Unidos la compartiría de buen grado con la Unión Soviética. Nadie la creyó.
Apenas si había una organización profesional que no se hubiese inclinado en pro o en
contra de la IDP. (O en algunos casos, tanto en un sentido como en otro). Los abogados
de Derecho Internacional suscitaron un problema que la presidenta había pasado por alto:
¿Quién era realmente dueño del oro del océano? Cabía presumir que todos los países
reclamaran como suyo el contenido del agua de mar dentro del límite de doscientas millas
de la Zona Económica; pero como las corrientes marinas agitaban continuamente este
enorme volumen de líquido, el oro no se quedaría quieto en un lugar.
En definitiva, una sola planta de extracción, en cualquier lugar de los océanos del
mundo, podría llevárselo todo... sin tener en cuenta las reclamaciones nacionales. ¿Qué
pensaba hacer Estados Unidos al respecto? Sólo brotaron unos débiles rumores de
desconcierto de la Casa Blanca.
Una persona a la que no preocupaban estas críticas —ni ningunas otras— era el
capacitado y ubicuo director de la OIDP. El general Isaacson había conseguido una
extraordinaria y merecida fama como reparador de entuertos en el Pentágono; tal vez su
hazaña más celebrada fue la desarticulación del siniestro círculo controlado por la Mafia
que había intentado monopolizar uno de los productos más lucrativos de Estados Unidos:
los innumerables miles de millones de rollos de papel higiénico para el servicio militar.
Fue este general quien arengó a los medios de difusión e informó sobre el
funcionamiento de la todavía incipiente tecnología de la IDP. Su ofrecimiento de
sujetadores de corbata de oro —bueno, chapados de oro— a periodistas y reporteros de
televisión fue un golpe genial alabado por todos. Sólo después de haber publicado sus
prolijos artículos se dieron cuenta los representantes de la prensa de que el astuto
general nunca había dicho que el oro procediese realmente del mar.
Pero entonces ya era demasiado tarde para rectificaciones.
En la actualidad, cuatro años después del discurso de la presidenta y todavía dentro
del primer año de su segundo mandato, es imposible predecir el futuro de la IDP. El
general Isaacson ha enviado al mar una gran plataforma flotante que, según informó
Newsweek, parecía como si un portaaviones hubiese intentado hacer el amor a una
refinería de petróleo. El doctor Keystone, alegando que había terminado con éxito su
trabajo, ha dimitido para ir en busca del más grande trivit patagón. Pero la mayor
amenaza, según han revelado los satélites de reconocimiento de Estados Unidos es que
la Unión Soviética está construyendo enormes y perfectas tuberías en los puntos
estratégicos de su costa.


FIN

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